miércoles, 18 de agosto de 2010

VIVIR, SOÑAR...II

Raquel Aguilar Núñez


Silencio. Ni un solo ruido a mi alrededor; ni siquiera el de mi propia respiración. Oscuridad. Las sombras lo cubrían todo sin dejar que la luz se colara por un solo resquicio. Era prisionera de mi propio sueño, y no podía escapar. Además el pequeño y claustrofóbico habitáculo que mi mente me había proporcionado, me obligaba a pensar en contra de mi voluntad. Pensar en el tiempo. Ese que de día me perseguía incansable y sin cesar. Aquel del que quería perder la noción. El que me inundaba en esta pesadilla de la que siempre quería despertar.[...]

-¡ Señorita Kent!-dijo (o más bien gritó) mi profesora de historia en respuesta al grito que salió desde lo más profundo de mi pecho- Si tan aburrida le parece mi clase debería usted ir a dormir a su casa-
-Lo siento de veras señora Sprout. Es que no he descansado bien y me he quedado un poco traspuesta, pero...-respondí intentando disculparme-
-¡ No hay excusas! Me tomo muy en serio mi clase señorita Kent, así que le ruego que abandone el aula en este mismo instante-
-Pero, pero, yo...
-¡ Sin excusas!- dijo de forma cortante-

Abandoné la clase en silencio y avergonzada, mientras las miradas de burla de mis compañeros (no muy sutiles), me seguían implacables hasta la puerta.
Salí al patio central del campus y me senté debajo del árbol en el que se encontraba la placa conmemorativa del decano Johnsom. Solo había un par de personas sentadas en un banco alejadas de dónde yo me encontraba, y, que al verme, se levantaron y se fueron. Este hecho fue algo que no comprendí, pero que aún así no me importaba demasiado.
Lo que realmente me preocupaba era lo que acababa de ocurrir. Recapitulé durante unos segundos y reflexioné acerca de lo acontecido en historia. Decidí reconocer que, realmente esto se me estaba yendo de las manos. La inconsciencia estaba ganándole terreno a mi mente, consiguiendo adentrarse poco a poco en la realidad. Y no podía llegar a ese extremo. Tendría que tomar serias medidas, o el monstruo que en mí aguardaba el momento de salir, conseguiría su propósito.

13 de Julio de 2015:
El sudor volvió a cubrir mi cara cuando desperté. El sueño no había cambiado ni un ápice. Pero el que ese fuera el último día de curso, arrojó un poco de luz sobre el resto de mis preocupaciones.
Esa mañana no tenía demasiada prisa, por lo que lo hice todo con mucha más calma. Aquel día organizaron la típica fiesta de despedida con globos y ponche, de la que no me interesaba demasiado participar. Desafortunadamente, participación obligatoria.
Cuando llegué la música y los gritos de alegría de los graduados, consiguieron colapsar mi oído, hasta el extremo de que tenía en la oreja un pitido de lo más insoportable. Todos los que se encontraban a mi alrededor parecían felices, mientras yo seguía impasible en mi sitio. Desee que todo pasara rápido para poder volver a mi tranquilo hogar. Alguien debió de oír mi petición, porque las siguientes cuatro horas se me pasaron en un abrir y cerrar de ojos.
Conduje despacio hasta mi casa ( no por gusto, sino porque el tráfico volvía a impedir que la velocidad del cuentakilómetros pasara de los veinte por hora). Abrí la puerta y nada más cruzar al interior, tiré cada uno de los zapatos a una de las esquinas del piso.
Después fui a la cocina y preparé lo primero que encontré, ya que en la fiesta no había probado bocado (no es muy agradable comer hamburguesas y patatas a las ocho de la mañana, y la imaginación de los organizadores no daba para más). Estaba a punto de tomar la primera cucharada de cereales cuando me fallaron las piernas y mi cuerpo cedió de forma involuntaria ante la gravedad. Caí al suelo inconsciente.

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