jueves, 12 de agosto de 2010

VIVIR, SOÑAR... I


RAQUEL AGUILAR NÚÑEZ.
Vivir. Soñar. Eran aspectos que me gustaría haber vivido pero que no entraban dentro de los intrincados planes que mi mente tenía preparados para mí...

Tiempo. Esa palabra que tantos significados puede darle a tu vida. Cambiarla , moverla, transformarla. Ese que nunca se para; que sigue corriendo escribiendo tu camino. Que se manifiesta de tres formas: presente, pasado y futuro. Pero no es el tiempo en sí el que en este caso a mí me perseguía. Eran sus hijos. Mensajeros del tiempo sucedido, el que está sucediendo y el que aún está por suceder. Siempre separados pero a la vez unido. Sin dejar huecos para poder respirar. Correr y no parar. Correr y no parar. Esa era su forma de actuar y la que hacía que mi mente divagara en los confines de mi pensamiento. Pero el tiempo y sus vasallos habían hecho mella en mi persona y era por eso por lo que mi alma rehuía con todas sus fuerzas pensar en lo acontecido y por acontecer.

Nunca me había gustado pensar en el tiempo. Yo vivía el presente de una forma especial sin tener la necesidad de pensar en el pasado o el futuro. Y aunque tenía la capacidad de pasar de estar preparando un examen para el mes próximo, a recordar mi décimo cumpleaños, no era una cualidad que me entusiasmara de una forma especial. Para mí lo que ocurre en este preciso momento es lo más importante. Por eso mi filosofía de vida se basaba en antiguo proverbio árabe que reza así:

“Lo que es pasado ya ha huido; Lo que esperas no está; Pero el presente es tuyo.”

Y de momento esta teoría me había funcionado bastante bien.

12 de Julio de 2015:
Me he vuelto a levantar sobresaltada. La respiración se atascaba en mi garganta para escapar de mis pulmones, pero sin mucho éxito. El sudor recorría mi cara y no era precisamente por el calor. Me sentía agitada y nerviosa cuando en realidad debería haber estado entusiasmada y contenta, ya que no se cumplen veinte primaveras todos los días (aunque en realidad mi cumpleaños nunca había sido algo demasiado importante para mí). Pero en lugar de eso, comencé a cavilar sobre el sueño que acababa de tener cuando me percaté de la hora que era. Llegaba muy tarde a la universidad por lo que me vestí rápidamente, tomé una barrita de cereales de la cocina y cogí las llaves del coche.
Pero claro, aquella mañana tenía que ser totalmente redonda. La peor de mis pesadillas me esperaba al doblar la esquina de mi calle para tomar la autovía, que no era otra que el temido tráfico matinal. Una fila inmensa de coches competían por ver quien era el que más fuerte tocaba el claxon, o en su caso quien era el que más gritaba (principalmente eran insultos los que se lanzaban unos a otros). Así que después de una hora de un insufrible infierno conseguí llegar a mi amado templo del saber. La casa de las letras y el conocimiento me esperaban con una primera clase de historia del arte.
A pesar de ya haber comenzado nadie se percató de mi llegada, así que tomé mi asiento de forma silenciosa en la última fila, y empecé a escuchar. Al parecer estábamos dando la obra completa de Miguel Ángel, por lo que la clase se me hizo bastante amena (ya había estudiado ese tema en literatura hacía poco). No habrían pasado cinco minutos, cuando de repente sentí que mi mirada se nublaba y que mis párpados cedían a voluntad propia. [...]

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